Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2011

Traiciones que matan.

Las traiciones matan lentamente, una a una Puñaladas frías que se hunden clavando las entrañas Dolores que profanan el cuerpo y lo saturan Atrocidades desgarradoras que humillan la carne Sórdidas melodías de una voz agonizante Muerte interior y calvario de las palabras Sufrientes desvanecimientos Sometimientos opresivos Pasividades destructoras Olvidos y llantos que abren un valle de lágrimas. Sopor y agotamiento, vano cansancio Depresiones que depredan el cuerpo Humanas lepras invasoras que te despedazan Pedazos de sueños desparramados en el suelo Vidas aniquiladas por el salvajismo Piras que incendian los sentimientos Y los golpean en tu tiempo, mi tiempo Nuestro tiempo Así será hoy y hasta el fin de los tiempos.

La incertidumbre de sus ojos.

Ella caminó y recorrió cientos de lugares antes de llegar a su lado, lo esperaba con ansias de enamorada, perdida en sus ensoñaciones, queriendo besarlo, acariciarlo, ser suya, pero sabía que no podía dar el primer paso, no porque fuera una mujer sumisa, sino que se debía a que no quería adelantarse a los sentimientos de él, pues sabía que había una atracción especial, un encanto que los vincularía de por vida, una unión indisoluble e inseparable, pero él aún estaba indeciso, su mirada lo revelaba todo, a veces cuando hablaban, él no era capaz de mirarla a los ojos, ella no entendía el por qué de aquella situación, pero con el paso del tiempo, comprendió que era la inseguridad de su enamorado, su incapacidad de ocultar lo que sentía, donde sólo bastaría ver sus ojos para que se entreviese la loca pasión y amor de una juventud a flor de piel, de fuego candente que ardía desde la profundidad de su corazón hecho llamas y que poseía una irrefrenable irreverencia que, sin embargo, no pod

El siglo XXI es la muerte de la filosofía.

Tú que fuiste filósofo y pensaste sobre la belleza de la vida Tú que amaste el conocimiento y que hoy te arrepientes No te olvides de la memoria colectiva y el sinsentido de nuestro tiempo Recuerda que aun en esta vida ajetreada y de librepensamiento Tu sabiduría muere día a día Y como el sol desfalleces en el crepúsculo Y ansías renacer en una noche estrellada Donde las almas humanas tengan tiempo, paciencia y sueños No rutinas, exasperaciones y conformismos ¡OH! Condenado siglo del filósofo-poeta del pesimismo Cuánto los lastimas, reniegas y discriminas ¡OH! Humana sociedad, ¿a qué aspiras? Tus aspiraciones son sólo vanas mentiras Que se desvanecen como las palabras en el aire Que se engarzan a la poesía de la vida Y se derrumban en la babilonia de tus días ¡OH filósofo! No dejes de pensar y amar Enamórate y rencántate de tu patria, de tu tierra y humanidad Sé libre y vuela alto, sé inconforme Sé idealista y nada contra la corriente materialista.

Una noche de aquéllas.

Faltando sólo un cuarto de hora para las diez de la noche, pensaba mil veces las 1001 cosas que quería hacer, dónde, con qué y cómo debía ir; lo primero fue ponerme la ropa para esa noche especial, una mezcla entre sensualidad y seriedad, una camisa descotada con dos botones abiertos, unos jeans ajustados y una boina plomiza que resaltara el –atrévete a dar un paso más, pero con cuidado- estaba listo, sólo debía comprar el regalo, que no podía dejar de darle un toque de emotividad, pero sin el típico sentimentalismo barato, agregándole un deje de intelectualismo, por ello obviamente el regalo perfecto era un libro, por consiguiente, me dirigí a la librería más cercana de donde vivía actualmente. La librería Antártica era un lugar que había visitado cientos de veces, siempre encontraba un libro nuevo, una edición empastada que me cautivara, que llamara mi atención, pero aquella noche no fue sólo eso. Entré, miré de reojo a mi alrededor, igualmente me acerqué a las estanterías, revisé

La noche en que Halloween resucitó.

Ella pensaba en la inmortalidad del cangrejo mientras dormía, pero la tierra húmeda, el olor a lirios y el rocío de la lluvia en aquella noche de luna llena le hicieron recordar su muerte y sus primeros amores con los que yacía ahora sepultada bajo tierra en víspera de que aquél 31 de octubre alguien removiese sus flores y que al fin descansase en paz.; al fin y al cabo los fantasmas no existen, al igual que Dios, mientras no los vea, no creeré en ellos –dijo el escéptico sepulturero de turno – a la mañana siguiente leí el epígrafe de un diario local –“hombre de 40 años es encontrado cavando su propia tumba en la noche de Hall Owen” y supe que los cuentos de terror que me narraba mi   abuelo antes de dormir, habían dejado de ser ficción. Hoy aún en la mañana llegaban niños y adolescentes a la puerta de mi casa diciendo “dulce o travesura”, sus máscaras de calavera y calabazas artificiales habían cobrado vida. Volvía a creer en halloween.